El títere de su única palabra
Ayer no pude esquivar en el rostro el recuerdo de Granada. Me dejé llevar por la reminiscencia nazarí para amar mi regreso forzado e involuntario a la Sevilla que me quedará para siempre. A mí no me abandonó Alejandría ni murió por mí Cleopatra. El Marco Antonio que yo fui se quedó sin la Alambra y mereció el castigo de saber que ella se marchó para siempre pero que seguirá sempiterna donde yo ya no puedo estarlo.
El verano es tan incierto este año como ningún otro lo fue antes y será superado por el próximo en la terrible estadística que mide las heridas de bala sufridas por un corazón empeñado en amar cuando no le aman. Porque tengo un corazón de viajero libre que no sabe respirar sin ser atado a una segunda madre. Si la soledad tiene el derecho a acompañarme no seré yo quien se oponga a su doliente presencia. Los viajeros del alma pertenecemos a una ciudad solitaria. Por eso cuando vemos flotar una isla como lo fue para mí Granada, renunciamos a nuestra maldita casa.
Ayer mis ojos se pararon en el fulgor de unos tobillos y en la atracción hipnótica de un tatuaje. Hipnopómpico, absorto, melancólico, abatido, cansado, con una extraña sonrisa en la caja torácica, cruzaron mis pies el primer semáforo de Chapina. Mi pierna izquierda dijo basta mostrando un auténtico rigor mortis ante la señal inequívoca y prohibitiva del peatón varado en rojo. Entonces ella, la sirena del fulgor a la que mis pies habían adelantado en el primer semáforo, demostró su condición de líder. Un aliento de ángel se posó mediante una mano humana en mi mochila de viajero universitario y una voz de ordenanza totalitarista descartó la disidencia con que pudiese haberme atrevido a contestar. Sigue dijo en el lenguaje mágico de los desconocidos que aparecen cuando nadie los advierte. Y seguí, aunque su camino no era el mío y aunque no llegué a ver su cara. Seguí andando porque era lo que ella dictaba. Seguí y me sentí abrumado y feliz de ser el títere de su única palabra. La única palabra que me dará en su vida. Sé que fue la única vez que podré mirarla y ver como se aleja una espalda, unos tobillos, un tatuaje, una voz cercana en la distancia.
La reconoceré en su palabra. Si un día la encuentro en Granada sabré que estamos en Sevilla y querré salir de mi sueño para no engañarme más con falsas esperanzas. Fue extraño que mi pierna izquierda dijese basta, fue extraño sentir un leve toque en la mochila y el contacto de tan mínimo impacto en la espalda, fue extraño oír Sigue y seguir. Sólo los viajeros que perdimos Alejandría en una ciudad que no es Alejandría podemos emocionarnos con una alucinación de Cleopatra.
Ayer no pude esquivar en el rostro el recuerdo de Granada. Me dejé llevar por la reminiscencia nazarí para amar mi regreso forzado e involuntario a la Sevilla que me quedará para siempre. A mí no me abandonó Alejandría ni murió por mí Cleopatra. El Marco Antonio que yo fui se quedó sin la Alambra y mereció el castigo de saber que ella se marchó para siempre pero que seguirá sempiterna donde yo ya no puedo estarlo.
El verano es tan incierto este año como ningún otro lo fue antes y será superado por el próximo en la terrible estadística que mide las heridas de bala sufridas por un corazón empeñado en amar cuando no le aman. Porque tengo un corazón de viajero libre que no sabe respirar sin ser atado a una segunda madre. Si la soledad tiene el derecho a acompañarme no seré yo quien se oponga a su doliente presencia. Los viajeros del alma pertenecemos a una ciudad solitaria. Por eso cuando vemos flotar una isla como lo fue para mí Granada, renunciamos a nuestra maldita casa.
Ayer mis ojos se pararon en el fulgor de unos tobillos y en la atracción hipnótica de un tatuaje. Hipnopómpico, absorto, melancólico, abatido, cansado, con una extraña sonrisa en la caja torácica, cruzaron mis pies el primer semáforo de Chapina. Mi pierna izquierda dijo basta mostrando un auténtico rigor mortis ante la señal inequívoca y prohibitiva del peatón varado en rojo. Entonces ella, la sirena del fulgor a la que mis pies habían adelantado en el primer semáforo, demostró su condición de líder. Un aliento de ángel se posó mediante una mano humana en mi mochila de viajero universitario y una voz de ordenanza totalitarista descartó la disidencia con que pudiese haberme atrevido a contestar. Sigue dijo en el lenguaje mágico de los desconocidos que aparecen cuando nadie los advierte. Y seguí, aunque su camino no era el mío y aunque no llegué a ver su cara. Seguí andando porque era lo que ella dictaba. Seguí y me sentí abrumado y feliz de ser el títere de su única palabra. La única palabra que me dará en su vida. Sé que fue la única vez que podré mirarla y ver como se aleja una espalda, unos tobillos, un tatuaje, una voz cercana en la distancia.
La reconoceré en su palabra. Si un día la encuentro en Granada sabré que estamos en Sevilla y querré salir de mi sueño para no engañarme más con falsas esperanzas. Fue extraño que mi pierna izquierda dijese basta, fue extraño sentir un leve toque en la mochila y el contacto de tan mínimo impacto en la espalda, fue extraño oír Sigue y seguir. Sólo los viajeros que perdimos Alejandría en una ciudad que no es Alejandría podemos emocionarnos con una alucinación de Cleopatra.
3 comentarios:
Todos los que conocemos la sensación de ese leve toque en la espalda en todas sus demoledoras formas sabrán de lo que hablas. Acaba una era y empieza otra y en cierto modo todo es parecido a la Historia, cae un imperio y siempre habrá otros que conquistar sin someter. A veces es más práctico para el corazón ser un Alejandro en lugar de un Marco Antonio. Gracias por este cuento tío, como siempre, genial, y lo más importante, emotivo sin llegar a ser lacrimógeno. CRACK! jeje
Necesitamos los leves toques. A veces duelen... nos convierten en corazónes viajeros y dependientes; corazones que no pueden sobrevivir sin un aliento ajeno que les quite el frío y les haga latir. A pesar de ello, los necesitamos. Porque sólo por ellos seguimos viajando, seguimos cambiando de era, buscando nuevos imperios que conquistar, nuevos alientos... Me identifico tanto contigo...
soy dionisiaco.
me gusta este relato jose luis. mensaje sencillo, y forma complicada. simplemente perfecto. Me gusta como escribes, y sobre todo si haces relatos como éste, más cercanos a mi concepto de surrealismo.
sigue trabajando jose luis, creo que eres bueno.
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