
La jornada treinta y cinco del campeonato de liga se presentaba emocionante y dramática. Todo podía suceder. Tres equipos luchando por el liderato y un cuarto con piel de cordero buscando la oportunidad de la rapiña. El sábado el cordero se vistió de hiena. El 0-1 de Son Moix aumentaba la leyenda urbana de una posible traca final valenciana. Joaquín, el de El Puerto de Santa María, recordaba que el equipo che respiraba aún sobre el cogote de los cabezas de serie.
El domingo empezó con sabor a tragedia. Los hombres de Joaquín, el de Utrera le daban el disgusto al equipo de toda la vida de su discutido entrenador. Pero Joaquín, sevillano y sevillista, es ante todo una persona agradecida. Siempre que puede el de Utrera le regala a sus ex la oportunidad de seguir creciendo. Así que en Nervión se vieron líderes y a la espera del pinchazo de sus enemigos.
El Madrid sabía que tenía que ganar o ganar. Y vaya si ganó. En el último minuto y tras desaprovechar una ventaja inicial de dos goles, Roberto Carlos se cargaba al decano y firmaba el liderato ante notario.
El Barcelona salió al Calderón sabiendo que sólo podía igualar a puntos con el Madrid para esperar el tropiezo blanco la próxima jornada. Mucho se habló del partido durante toda la semana. El gol de Sobis en el Camp Nou el domingo anterior había puesto la liga patas arriba. El Currobetis, ese centenario club andaluz, de profesión Robin Hood, robaba el liderato al rico Barcelona para entregarle seis días después la esperanza al pobre donostiarra gracias a su incapacidad para vencer en casa al colista tarraconense.
En el Calderón se encontraban la liga y Europa. Ronaldinho y Torres en el papel de estrellas. Aguirre y Rijkaard como técnicos malditos. Pero sobre todo, Sabina y Serrat, cantautores del fútbol. Todo podía ocurrir en el Calderón. Noventa minutos de surrealismo futbolístico. El clásico de los noventa. Un duelo que hasta hace poco era un placer para los sentidos. El partido de las remontadas épicas. El partido.
Serrat a la derecha. Sabina a la izquierda. La tromba de agua del Calderón me volvió a confirmar que en mi ciudad hace demasiado calor. El catalán y el andaluz asistían al espectáculo desde un lugar privilegiado. Joan Manuel sabía desde el minuto uno que pasase lo que pasase no podía perder la compostura. Joaquín, el de Úbeda, sabía que con el Atleti nunca se sabe nada.
El árbitro con más gomina por centímetro cuadrado de pelo de la liga hizo sonar el silbato por primera vez. Muñiz Fernández sudaría gomina con tanta agua. El balón en juego. Sabina nota en el pecho el primer latigazo, algo no va bien. Serrat sabe que tiene que guardar la compostura.
Cuarenta minutos de agonía contenida. Nada salvo un misil teledirigido de Ronaldinho al palo. Todo apuntaba a un primer acto inservible. Sabina empezaba a notar el pecho más tranquilo. Serrat guardaba la compostura, no era día para exigir que le dejasen cantar en catalán los goles del Barça. No se puede exigir el catalanismo en casa de un amigo. Hasta aquí habían hablado poco de fútbol. Ninguno de los dos había querido analizar la situación de su equipo tras treinta y cuatro partidos en los que se dejaron muchos puntos que ahora necesitaban para cumplir objetivos. Hasta aquí el clásico de los noventa no había sido más que la versión desmejorada del siglo XXI.
La lluvia anunciaba que el que perdiera se iba a mojar y podía acabar empapado. La liga y Europa estaban a un gol de distancia. Serrat y Sabina se reconocieron en el alambre. Los dos amigos se miraron y no supieron decidir quién sería mejor equilibrista.
Sabina se dejó arrastrar por las piernas de Torres y empezó a lanzar a Aguirre mensajes telepáticos: saca al Kun Agüero. Serrat tenía los pies en Ronaldinho, el corazón en Puyol, la cabeza en Xavi, los ojos en Messi y los pulmones en Eto’o. Sabina tenía en la portería la duda de Pichu. ¡Ay, Pichu!
El partido se abrió con una obra de arte entre Eto’o y Messi que mereció obviar la posición de fuera de juego del africano cuando recibía el balón del argentino. El árbitro de la gomina no quiso entrometerse en el diálogo entre civilizaciones que había tenido lugar en el minibar del área rojiblanca. 0-1. En un Atleti-Barça marcar un gol significa empezar a marcarlos todos. En cinco minutos la locura invadió la ribera del Manzanares. Si el partido pudiese verse desde la carretera que cruza el Calderón, se hubiese formado un atasco. La noche empezaba ahora.
Pichu, la duda de Sabina, se convirtió en el malo de la película. Balón largo hacia Zambrotta, el italiano tenía ante sí todos los metros del mundo para correr libre. Pichu salió a saludarle, Zambrotta le dijo que no eran horas de andar por la calle y mandó el balón al fondo de las mallas para que el aventurero guardameta se metiese en casa. Zambrotta se sintió tan alagado que empezó a llamarle Pichurri.
0-2 podía ser cualquier cosa. Pero sin tiempo para respirar, los de Sabina se dejaron robar de nuevo por los de Serrat. El catalán guardó la compostura nuevamente cuando llegó el tercero. Ronaldinho cogió la bicicleta. Deco mandó un balón entre remate a puerta y pase de la muerte. Pichu volvió a ser Pichurri y Eto’o entró como una exhalación para que Serrat pudiese sentir que había marcado un gol con los pulmones.
Al descanso Sabina quiso creer en la remontada. Serrat no le contradijo. En un Atleti-Barça podían pasar tantas cosas como que uno de los dos remontase hasta ganar 4-3 en cuarenta y cinco minutos o que después de marcar cuatro goles fuera de casa, Milinko Pantic viese como a su portero le marcaban cinco. Aquello fue en los noventa. En el siglo XXI la cosa es distinta. En los noventa la segunda parte era antagónica a la primera. En el siglo XXI la segunda parte es el calco de la primera.
Pronto se demostró que nada iba a cambiar y Sabina empezó a calcular la cantidad de goles recibidos que hacían falta para irse al bar y dejar a Serrat cantando en catalán pero bajito. Fueron cuatro. Para entonces los delanteros del Barça, los mediocampistas que parecían delanteros y los defensas aburridos del conjunto culé ya paseaban a sus anchas por el campo. El sistema ofensivo del Barcelona jugaba con las faldas de un griego, daba vueltas alrededor de un portugués, sacaba los colores a un brasileño preocupado más por pegar que por defender, escondía el balón ante el argentino de turno, se adelantaba al pensamiento de un pensador francés, desesperaba a un búlgaro y desprestigiaba al niño madrileño en el que Sabina ya no tenía ninguna esperanza. La ONU colchonera declaró al sistema ofensivo del Barça ciudadano del mundo y dejó que los delanteros traspasasen fronteras sin documentos.
En el fútbol hay una acción hermosa que se llama sombrero, Xavi pensó que lo mejor sería cerrarlo con la cabeza. Deco se encargó de ser el hilo conductor entre la obra de Xavi y el entendimiento Ronaldinho-Eto’o-Ronaldinho que a continuación iba a producirse. El gol que echó a Sabina del palco fue una versión mejorada del primero. Además esta vez Eto’o estaba en posición legal y el balón se lo dio a Ronaldinho, para demostrar que sabía hacer la misma jugada mil veces y que quién metiese el gol era secundario. Eto’o fue declarado mejor jugador pared del mundo. Recibo y devuelvo, ya marcas tú le dice el camerunés a sus compañeros. Fue la primera demostración de fútbol de colegio del partido. Los del bachillerato azulgrana jugaban con el sentimiento de los prometedores niños de la primaria rojiblanca. El árbitro de la gomina dejaría merecidamente con diez a los niños. Fue su última acción responsable, Muñiz Fernández entendió que ya no tenía nada que hacer. En el patio del colegio nunca cayeron bien los colegiados. Los escolares se apañan solos y el Barça ya sabía que iba a ganar por cuántos goles se le antojasen y el Atleti también sabía lo mismo.
Eto’o, matón de recreo, reventó el larguero como muestra de la superioridad física de los bachilleres. Pichurri quiso llamar a mamá para que le sacase del atolladero. Pero mamá estaría trabajando, porque Pichurri iba a volver a cantar por alto. Messi, el eterno emulador de Maradona, marcó su propia mano de dios, su manita, el 0-5. Sabina debía andar ya por el segundo o tercer güisqui y Serrat hablaba con alguien con la misma compostura catalana del inicio. El 0-6 definitivo fue el típico final de recreo. Ya no os queremos marcar más goles, pero en el último te vamos a marear, portero.
A la salida del Calderón, Serrat volvió seguramente a encontrarse con su amigo. Vencedor catalán, Joan Manuel se tomaría los güisquis que su amigo necesitase. Quizás seis pelotazos juntos. Y Sabina se preguntaba, si bebo para olvidar ¿por qué recuerdo?
1 comentario:
Desde luego que ojalá todos los aficionados lo tomaran como estos dos cracks, me encantaría ver a todo un gol norte yéndose de gira con todo un gol sur tras un partido. Genial, Jose, divertido, pero serio, distendido, pero profesional.
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