domingo, 1 de abril de 2007

INSPIRACIONES SUSPIRADAS


La vida pasaba delante de sus narices mientras él se dedicaba a rehusarla. El tiempo se paraba a cada instante, mientras él corría rápido con el temor de no llegar a la hora prevista. Siempre creyó que era mejor vivir así; sin ataduras, con prisas, sin nadie a quién dar explicaciones... fue tarde cuando se dio cuenta de que se equivocaba.
La muerte ya le había cogido los talones cuando la mujer que había esperado durante toda su vida se acercó a él. Triste, le preguntó donde había estado todo este tiempo, pero no obtuvo respuesta. Ya era viejo, no tenía vitalidad, los años le habían convertido en una persona severa, seria, solitaria, sin ánimos para seguir respirando.
La historia de esta muerte en vida no tiene más historia. Los días pasaban mientras él se refugiaba en un corazón frío, impenetrable, con la certeza de que algún día no muy lejano la mujer que estaba esperando se presentaría ante él ofreciéndole el amor que necesitaba. ¡¡Tenía tanto que ofrecer y anhelaba tanto!! La vida se había pasado y todos sus amigos estaban casados. Unos más felices que otros, pero todos tenían una familia en la que refugiarse. Nunca le importó la soledad porque él mismo era parte de la soledad, pero su mirada se deshacía cuando observaba la complicidad de una familia unida. Aunque él se sintiera parte del silencio, el silencio nunca le dijo que le amaba, nunca habló con él.
Fue triste el momento en el que se dio cuenta de que todas las oportunidades que había tenido las había desechado por temor al fracaso. Fue triste crearse un caparazón en su pecho mientras su corazón gritaba por amar a alguien. Hay personas que nacen para ser desgraciadas; él no era una de esas personas, pero sí era un hombre que anhelaba una vida distinta. El éxito profesional ya no le llenaba, tan ni siquiera le reportaba felicidad. Hacía tanto que no decía te quiero que ya se le había olvidado querer a nadie. No iba al cementerio donde estaban enterrados sus amigos y familiares ni acudía a lugares que le recordaran glorias pasadas. Es fácil encerrarse en uno mismo. Lo difícil es llegar a viejo sin echarte en cara que te encerraste en ti mismo. La historia está llena de hombres solitarios, de Robinsons urbanos que deambulan por las calles solitarias del olvido más olvidado. ¿Qué siente alguien que ya no recuerda las sensaciones?

La estación del extravío estaba vacía a aquella hora de la mañana. Los primeros trenes del alba llegaban a los andenes solitarios con la intención de transportar a las almas en pena que anduvieran por las cercanías. Él estaba sentado en uno de esos asientos que son cómodos un par de minutos, pero que te recuerdan que estás hecho de carne y huesos al cabo de un rato. Miró alrededor, con la simple intención de encontrar una mirada cómplice que le ayudara en su camino hacia el país del olvido. Ni aquél instante tuvo compañía. Se limpió sus ojos húmedos con el firme propósito de mostrar su alma más clara a la muerte mientras se montaba en el tren que le llevaría al destino que anhelaba. Se sentó en el asiento que tenía asignado, se puso la mascarilla que tenía asignada y empezó a inhalar el humo que le dormiría en el camino. Tras varias inspiraciones, el sueño empezó a ganarle, mientras su cabeza se balanceaba en un último intento de agarrarse a la vida. Cuando ya no tuvo cura y el veneno le hacía estragos en sus pulmones, abrió los ojos de par en par, miró al lado derecho y pudo observar desconsolado que junto a él yacía muerta la mujer que siempre había esperado. Le agarró la mano y le preguntó donde había estado durante todo este tiempo. Nunca obtuvo respuesta. ¿Acaso le estaba hablando la soledad?

1 comentario:

José Ibáñez dijo...

A pesar de lo fatigosas que se hacen las clases de literatura este año, has sabido extraer algo del Robinson Urbano y has creado a tu propio hombre de la calle que se siente vacío en el mundo, deshubicado. Hay un momento del cuento que me ha hecho sonreír, cuando dices "Aunque él se sintiera parte del silencio, el silencio nunca le dijo que le amaba, nunca habló con él". Una reflexión brillante, auténtica poesía en prosa. El final me ha recordado a las cámaras de gas de los nazis, demasiado triste, como la vida de este Robinson sin nombre, al que muchos hemos sentido alguna vez en nuestras propias carnes...suerte que ahora no, ya me entiendes.