viernes, 12 de enero de 2007

Colección de microrelatos

La república de barro bajo el mar del olvido
Hoy tampoco vendrás a pesar de que te he llamado desde mi corazón a tu alma. Tampoco estás aquí donde me haces falta desde tanto tiempo atrás y pareces inmune a mi desesperanza. Los días son más largos cuando no se comparten con alguien. También son más tristes los días de uno, las mañanas de despertar solitario. No hay desayunos en la cama, faltan risas en la sobremesa, sobran televisión y prensa, quedan sentimientos de nadie, besos sin labios y princesas con madrastras malvadas que les dan para la merienda manzanas envenenadas. Si vinieras conmigo te entregaría mi república de barro que enterré bajo el mar. Si mi padre Zeus te hubiese hecho para mí yo nunca le hubiera dado muerte con la espada de Excalibur. Arturo me confió un secreto: a la mujer hay que amarla como mujer y no como a la prolongación barata de la madre perdida por los años de hombre. El sexo es la manifestación única que nos sigue vinculando al reino animal. Tengo en la casa fotos de sueños rotos y de barcos de papel de los que fui capitán. Siempre navegué en tu busca y nunca te encontré. Me quedan mil años para perder la fe antes de que tú sepas que me perdiste eternamente la primera vez que no me quisiste tener.

3 comentarios:

A. Moreno dijo...

Genial, el paradigma del mito de hablar poco pero decir mucho, y dices tanto...
Hay un mundo encerrado en esas pocas líneas, y supongo, sólo supongo, que aquella a quien va dirigido será consciente de su negligencia... ¡Qué mejor partido que un surrealista!
Señores, dejen comentarios a este monstruo

Anónimo dijo...

Empiezo a pensar que el surrealismo es la única explicación lógica a la ilógica realidad de una vida.
Si tengo que elegir, me quedo con tu última frase: "Me quedan mil años para perder la fe antes de que tú sepas que me perdiste eternamente la primera vez que no me quisiste tener": genial, sencilla y llanamente cierto.

José Ibáñez dijo...

Aquella es terriblemente consciente de su negligencia, pero también lo soy yo de mi empecinamiento y es que tengo un corazón al que le gusta sufrir y quejarse. La teoría del botellín parece que no funciona. Cathy, no sé quién eres, pero te regalo la última frase, gracias a los que os parais a leer.