
El cuento que cambió mi vida
Un beso de vainilla no era suficiente, así que me encargué de que la segunda vez sus labios fueran de dulce. Puso el caramelo en mi boca y me dejó el sabor para siempre. El cuento que cambió mi vida llegó por correo en mayo sin remite, con matasellos moscovita y en una lengua que tardé años en aprender. Me fue más sencillo encontrar a la autora del envío. Los pájaros eran azules cuando el hombre aún no era hombre, pero se confundían con el cielo y se volvieron blancos, pero se confundían con las nubes y se volvieron verdes, pero el hombre, que ya era hombre, inventó el avión y ya nadie se acordó jamás de los pájaros. Rusia era para mí nieve y vodka. Para Irina era la revolución y yo su amor bolchevique. Nos amamos en la Plaza Roja durante los años del comunismo leninista, renegamos de Stalin y volamos verdes y olvidados como los pájaros pasando por África, la India, Australia, México, Argentina y una noche dormimos en el fondo del mar en el camarote de un barco hundido. Nunca sufrimos tal naufragio gracias a que tuvimos siempre chocolate en los labios. Por aquel entonces los corazones eran de caparazón de tortuga y pudimos vivir más de cien años, más allá de cualquier relato. Nuestro cuento no tenía final mientras nos quedaran los ojos y nos miramos fijamente, enamorados, decididos a entregar la vida el uno por el otro y sin entregarla para mantenernos vivos con la esperanza del amor mutuo. La eternidad duró mil siglos y mil siglos nos concedió la luna como prórroga para seguir disfrutando. No levantamos nunca un muro ni jugamos a la guerra fría, no alistamos a niños en las filas de ningún ejército. Fuimos hombres de paz y amamos al Che, aunque no pudimos obviar sus armas. En lo bueno siempre existe el mal en pequeñas proporciones, en nosotros el mal se fue agrandando y nos cubrió con su manto de muerte y putrefacción. Algún día tenía que llegarnos el último beso, una despedida que quisimos retrasar toda la vida. Fue lamentable perderlo todo sabiendo que no era recuperable. El último beso fue de vainilla, maldito sabor sin dulce. No hubo más chocolate, perdimos. Sin embargo, podemos recordar el día en el que parecíamos haber ganado para siempre.
Un beso de vainilla no era suficiente, así que me encargué de que la segunda vez sus labios fueran de dulce. Puso el caramelo en mi boca y me dejó el sabor para siempre. El cuento que cambió mi vida llegó por correo en mayo sin remite, con matasellos moscovita y en una lengua que tardé años en aprender. Me fue más sencillo encontrar a la autora del envío. Los pájaros eran azules cuando el hombre aún no era hombre, pero se confundían con el cielo y se volvieron blancos, pero se confundían con las nubes y se volvieron verdes, pero el hombre, que ya era hombre, inventó el avión y ya nadie se acordó jamás de los pájaros. Rusia era para mí nieve y vodka. Para Irina era la revolución y yo su amor bolchevique. Nos amamos en la Plaza Roja durante los años del comunismo leninista, renegamos de Stalin y volamos verdes y olvidados como los pájaros pasando por África, la India, Australia, México, Argentina y una noche dormimos en el fondo del mar en el camarote de un barco hundido. Nunca sufrimos tal naufragio gracias a que tuvimos siempre chocolate en los labios. Por aquel entonces los corazones eran de caparazón de tortuga y pudimos vivir más de cien años, más allá de cualquier relato. Nuestro cuento no tenía final mientras nos quedaran los ojos y nos miramos fijamente, enamorados, decididos a entregar la vida el uno por el otro y sin entregarla para mantenernos vivos con la esperanza del amor mutuo. La eternidad duró mil siglos y mil siglos nos concedió la luna como prórroga para seguir disfrutando. No levantamos nunca un muro ni jugamos a la guerra fría, no alistamos a niños en las filas de ningún ejército. Fuimos hombres de paz y amamos al Che, aunque no pudimos obviar sus armas. En lo bueno siempre existe el mal en pequeñas proporciones, en nosotros el mal se fue agrandando y nos cubrió con su manto de muerte y putrefacción. Algún día tenía que llegarnos el último beso, una despedida que quisimos retrasar toda la vida. Fue lamentable perderlo todo sabiendo que no era recuperable. El último beso fue de vainilla, maldito sabor sin dulce. No hubo más chocolate, perdimos. Sin embargo, podemos recordar el día en el que parecíamos haber ganado para siempre.
6 comentarios:
Tan complejo y a la vez tan sencillo…
¿Qué es el amor sino besos de almíbar y psicodelia? No es más que un musical de los setenta aderezado con una dosis de inoportunidad y LSD. Es una novela sudamericana de realismo mágico, es como agua para chocolate. Es invencible y a la vez demoledor.
Tus palabras llegan al alma del lector, que sin duda, si ha conocido el efecto alucinógeno de ese ente llamado amor, se sentirá identificado…
Un día leí que el beso más dificil no es el primero, sino el último. Besos de vainilla o chocolate... una vez que tan solo uno ellos, del sabor que sea, se ha derretido en tu boca no puedes más que anhelar que no se acabe.
Un cuento muy bonito.
Llego a identificarme con los que quieres decir Jose Ibañez tu y yo sabemso porque, me hace recordar momentos en los cuales senti lo que se represena en el relato y es verda tan dificil y tan facila la misma vez.
Enhorabuena Jose preioso cuento.
El cuento en sí es una historia independiente de cualquier otra historia, pero has de saber, Cathy, que hay una reminiscencia al cuento que me hizo caer en el surrealismo bohemio. Aquel cuento, Un beso de vainilla no sacia las ganas de chocolate, me llevó a la locura en la que estoy ahora inmerso y es el segundo cuento en la historia del surrealismo bohemio, aunque fue la primera vez que fui consciente de que había creado un estilo nuevo. Por eso este cuento es para mí un hijo pequeño que se hizo grande. El último beso es terrible, se recuerda siempre y siempre se desea que no hubiera existido, aunque a veces hace tanto bien que uno no puede odiarlo.
Gordo, si te gusta el cuento espero que también te guste la sorpresa que estoy pensando darte estas navidades, una deuda que como escritor tengo contigo desde siempre. No me mitifiques demasiado, que se va a notar que eres mi mejor amigo. Sé que te identificas, pero espero que no tengas que dar el último beso en el viaje que te espera en unos días, tráetela contigo. Besos de la infancia, very.
Anto, para mí el cuento de amor tiene que enamorar y eso es lo que buscaba en esta historia. Me alegro de lo que te hizo sentir y espero que como tú, otros compartan las mismas sensaciones. Es maravilloso como escritor poder interaccionar con quienes nos leen, gracias por tus palabras. Bienvenido a tu casa, estás triunfando, pronto la gente te exigirá nuevas muestras de miedo a a la verdad. No dejes de ser agresivo y políticamente incorrecto.
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