viernes, 29 de junio de 2007

En la trinchera



CHULOS Y PUTAS

Las elecciones han dejado en el poder a nuestro queridísimo alcalde el señor Sánchez Monteseirín. Ese domingo había fútbol y a los sevillanos las elecciones nos cogieron algo despistados. Algunos corrimos hasta las urnas para dar nuestro voto, para evaluar la gestión del Gobierno local. Otros prefirieron entregarse a otras tareas, tal vez por falta de compromiso, por falta de interés o por la queja.

El sistema electoral de nuestro país tiene fugas. La lista más votada se queda fuera del Gobierno, las minorías en conjunto forman coaliciones generando pactos inverosímiles, los Ayuntamientos se rifan entre la ambición y la falta de ideas. La democracia tiene como sostén el poder de las mayorías, sin tener en cuenta que las partes no son el todo.

Pues eso, a lo que iba, que algunos nos acercamos a las urnas, entre despistaos y mosqueaos, entre pasotas y protestones. Nos acercamos a la mesa, dimos nuestro voto, y nos marchamos con la satisfacción del deber cumplido. Caminamos sin rumbo por las calles pensando en lo que vendría –“caminante no hay camino, se hace camino al andar”- y esperando los primeros resultados electorales. Todos los cabrones tienen suerte. Y algunos podemos pasear por la Sevilla que nos gusta.

Mi sombra siguió a mi cuerpo en un viaje sin camino. Dejaba atrás la Puerta Jerez cuando intuí unas piernas firmes y delicadas, al paso de un andar suave y con temple. Mis ojos seguían sus zapatos rojos. Me encontraba a la altura del Archivo de Indias cuando creí subir por una pequeña pendiente. Los zapatos se pararon, y mi subconsciente dejó de perseguir a mi conciencia. Era el momento de ponerle cara a los tacones. Alcé la vista entre soberbio y alegre, y al mirar solo pude sentir desolación. Sabía que estaba mirando hacia mí, pero la catenaria del tranvía no me dejó contemplar su figura, ni permitió que me dedicara una sonrisa. Siempre dije que no nací para papparazi; hasta Sara Montiel, con su paso cansino, se me escaparía. Los zapatos se perdieron entre la multitud. Yo me quedé mirando aquella columna inmóvil que se presentaba ante mí con ese deje imbécil que te da el saberte ganador de la batalla.

Con la primera decepción de la tarde me animé a seguir andando. Es fácil desinhibirse del mundo cuando el cerebro tiene trabajo. Al mismo tiempo que recuperé la noción del tiempo, escuchaba por la radio los primeros recuentos de votos. Todos los cabrones tienen suerte, y yo seguía caminando por las calles de Sevilla.

Me paré en la Plaza Nueva, me senté en unos de esos bancos de la 2ª Modernización que la engalanan de manera “moderna”, y traté de sofocar el cansancio. Tal vez la Avenida necesite de un tranvía para la gente mayor como yo. Una vez recuperado del esfuerzo, con el espíritu en su sitio y la conciencia tranquila tras la meditación, tomé el camino de vuelta. Volví por donde había venido, pero esta vez miraba alto, no quería que ningún zapato rojo me robara mi armonía, ni que ninguna catenaria inoportuna me quitara el placer de ponerle rostro a la belleza.

¡Qué fea ha quedado la Avenida! La historia que respiraba su ambiente dejó de suspirar hace tiempo. Creo que ese día era la primera vez que la miraba con desencanto, sin cariño, sin ocultar la triste reacción que me producía su insipidez. Su corazón estaba arañado por unos raíles que recorrían el suelo, mientras su identidad era perseguida por unos cables en mal sitio. ¿Cómo puede quitarse la perspectiva adecuada –la buena foto turística- a un monumento como la Catedral sevillana? ¿No hay en el siglo XXI algún invento que sustituyera a los cables que cuelgan sobre la cabeza de los sevillanos? El capricho del Alcalde, el inútil Tranvía, ha costado 90 millones de euros. Sin embargo, el contribuyente no debe mosquearse por tan elevado precio, pues el alcalde electo y su equipo de gobierno, piensan recuperar la inversión por la venta de postales con imágenes de la Catedral sin catenaria.
Pues eso, Sevilla revalida la Alcaldía a su alcalde, y a su tranvía. Debemos ser los únicos gilipollas a los que no les importa nuestra ciudad, nuestro patrimonio. Seguimos andando el camino en esta ciudad abandonada, dejando que los gestores de una ciudad como Sevilla jueguen a constructores de una capital sin rumbo. Tal vez dejemos de vestir tacones rojos, pero siempre nos vestiremos de “puta” ante proyectos tan “chulos” como el de la Avenida.

viernes, 8 de junio de 2007

Colección de microrelatos


El títere de su única palabra

Ayer no pude esquivar en el rostro el recuerdo de Granada. Me dejé llevar por la reminiscencia nazarí para amar mi regreso forzado e involuntario a la Sevilla que me quedará para siempre. A mí no me abandonó Alejandría ni murió por mí Cleopatra. El Marco Antonio que yo fui se quedó sin la Alambra y mereció el castigo de saber que ella se marchó para siempre pero que seguirá sempiterna donde yo ya no puedo estarlo.

El verano es tan incierto este año como ningún otro lo fue antes y será superado por el próximo en la terrible estadística que mide las heridas de bala sufridas por un corazón empeñado en amar cuando no le aman. Porque tengo un corazón de viajero libre que no sabe respirar sin ser atado a una segunda madre. Si la soledad tiene el derecho a acompañarme no seré yo quien se oponga a su doliente presencia. Los viajeros del alma pertenecemos a una ciudad solitaria. Por eso cuando vemos flotar una isla como lo fue para mí Granada, renunciamos a nuestra maldita casa.

Ayer mis ojos se pararon en el fulgor de unos tobillos y en la atracción hipnótica de un tatuaje. Hipnopómpico, absorto, melancólico, abatido, cansado, con una extraña sonrisa en la caja torácica, cruzaron mis pies el primer semáforo de Chapina. Mi pierna izquierda dijo basta mostrando un auténtico rigor mortis ante la señal inequívoca y prohibitiva del peatón varado en rojo. Entonces ella, la sirena del fulgor a la que mis pies habían adelantado en el primer semáforo, demostró su condición de líder. Un aliento de ángel se posó mediante una mano humana en mi mochila de viajero universitario y una voz de ordenanza totalitarista descartó la disidencia con que pudiese haberme atrevido a contestar. Sigue dijo en el lenguaje mágico de los desconocidos que aparecen cuando nadie los advierte. Y seguí, aunque su camino no era el mío y aunque no llegué a ver su cara. Seguí andando porque era lo que ella dictaba. Seguí y me sentí abrumado y feliz de ser el títere de su única palabra. La única palabra que me dará en su vida. Sé que fue la única vez que podré mirarla y ver como se aleja una espalda, unos tobillos, un tatuaje, una voz cercana en la distancia.

La reconoceré en su palabra. Si un día la encuentro en Granada sabré que estamos en Sevilla y querré salir de mi sueño para no engañarme más con falsas esperanzas. Fue extraño que mi pierna izquierda dijese basta, fue extraño sentir un leve toque en la mochila y el contacto de tan mínimo impacto en la espalda, fue extraño oír Sigue y seguir. Sólo los viajeros que perdimos Alejandría en una ciudad que no es Alejandría podemos emocionarnos con una alucinación de Cleopatra.