viernes, 13 de abril de 2007

Colección de microrelatos


Esquizofrenia del elefante rosa

Te quiero, pero te cambiaría por un plato de guisantes con jamón. Si quieres puedes ser un elefante rosa, no importa que nadie se crea que eres el hijo de una orangutana huérfana de Ruanda y una tortuga macho estéril. Nadie tiene que cuestionar la ética de la fecundación in vitro que te dio la vida. Si quieres ser un elefante rosa, puedes serlo, adelante, pero tienes que creer en ello. Tienes que estar convencido de que no eres una cebra sin rayas o un astronauta clandestino. Tienes que estar absolutamente convencido de que eres un elefante rosa capaz de comer hormigas con mayonesa. Un plato de guisantes puede romper una relación como la nuestra. Las larvas que aspiramos a ser mariposas de colores vivos no podemos permitirnos querer a un elefante rosa que odia los guisantes, pase lo del jamón, pero no se pueden rechazar los guisantes. Ellos nos dan la vida, tú me la quieres quitar con tu miedo a los ratones. ¿Qué te han hecho a ti esos roedores tan simpáticos? Tienes que tenerle miedo a todo lo pequeño, por eso odias los guisantes. Podrías ser tolerante como yo que a pesar de amar a los diminutos guisantes no me importa tener sexo anal contigo, aunque seas un elefante rosa enorme con un micro pene caótico incapaz de poner en hora su reloj interior. Te quiero, pero te estoy dejando de querer porque tus dos toneladas de peso están haciendo que me caigas un poco gordo.

domingo, 1 de abril de 2007

Surrealismo poético




PARÍS SE VE BIEN EN LAS POSTALES QUE ENVÍAN LOS ENAMORADOS

Yo quiero tener un dios al que rezarle
para morirme en tus pestañas de néctar.
Quiero ser un envase de plástico
y guardar tu corazón en salmuera.
Si me das gorriones inválidos,
te ofrezco la tormenta de mis ojos azules.
Si me das el llanto de tus hijos,
te ofrezco una mariposa de chocolate.
Si me das, te ofrezco.
Si me ofreces, compro.
Si me compras, te vendo el albaricoque de mis labios.
Tú no eres quien debías ser
ni soy yo el pez de harina con el que habías soñado.
Mi último deseo que provoca tu locura
es convertirme en la pieza de pan
que codician tus manos.

INSPIRACIONES SUSPIRADAS


La vida pasaba delante de sus narices mientras él se dedicaba a rehusarla. El tiempo se paraba a cada instante, mientras él corría rápido con el temor de no llegar a la hora prevista. Siempre creyó que era mejor vivir así; sin ataduras, con prisas, sin nadie a quién dar explicaciones... fue tarde cuando se dio cuenta de que se equivocaba.
La muerte ya le había cogido los talones cuando la mujer que había esperado durante toda su vida se acercó a él. Triste, le preguntó donde había estado todo este tiempo, pero no obtuvo respuesta. Ya era viejo, no tenía vitalidad, los años le habían convertido en una persona severa, seria, solitaria, sin ánimos para seguir respirando.
La historia de esta muerte en vida no tiene más historia. Los días pasaban mientras él se refugiaba en un corazón frío, impenetrable, con la certeza de que algún día no muy lejano la mujer que estaba esperando se presentaría ante él ofreciéndole el amor que necesitaba. ¡¡Tenía tanto que ofrecer y anhelaba tanto!! La vida se había pasado y todos sus amigos estaban casados. Unos más felices que otros, pero todos tenían una familia en la que refugiarse. Nunca le importó la soledad porque él mismo era parte de la soledad, pero su mirada se deshacía cuando observaba la complicidad de una familia unida. Aunque él se sintiera parte del silencio, el silencio nunca le dijo que le amaba, nunca habló con él.
Fue triste el momento en el que se dio cuenta de que todas las oportunidades que había tenido las había desechado por temor al fracaso. Fue triste crearse un caparazón en su pecho mientras su corazón gritaba por amar a alguien. Hay personas que nacen para ser desgraciadas; él no era una de esas personas, pero sí era un hombre que anhelaba una vida distinta. El éxito profesional ya no le llenaba, tan ni siquiera le reportaba felicidad. Hacía tanto que no decía te quiero que ya se le había olvidado querer a nadie. No iba al cementerio donde estaban enterrados sus amigos y familiares ni acudía a lugares que le recordaran glorias pasadas. Es fácil encerrarse en uno mismo. Lo difícil es llegar a viejo sin echarte en cara que te encerraste en ti mismo. La historia está llena de hombres solitarios, de Robinsons urbanos que deambulan por las calles solitarias del olvido más olvidado. ¿Qué siente alguien que ya no recuerda las sensaciones?

La estación del extravío estaba vacía a aquella hora de la mañana. Los primeros trenes del alba llegaban a los andenes solitarios con la intención de transportar a las almas en pena que anduvieran por las cercanías. Él estaba sentado en uno de esos asientos que son cómodos un par de minutos, pero que te recuerdan que estás hecho de carne y huesos al cabo de un rato. Miró alrededor, con la simple intención de encontrar una mirada cómplice que le ayudara en su camino hacia el país del olvido. Ni aquél instante tuvo compañía. Se limpió sus ojos húmedos con el firme propósito de mostrar su alma más clara a la muerte mientras se montaba en el tren que le llevaría al destino que anhelaba. Se sentó en el asiento que tenía asignado, se puso la mascarilla que tenía asignada y empezó a inhalar el humo que le dormiría en el camino. Tras varias inspiraciones, el sueño empezó a ganarle, mientras su cabeza se balanceaba en un último intento de agarrarse a la vida. Cuando ya no tuvo cura y el veneno le hacía estragos en sus pulmones, abrió los ojos de par en par, miró al lado derecho y pudo observar desconsolado que junto a él yacía muerta la mujer que siempre había esperado. Le agarró la mano y le preguntó donde había estado durante todo este tiempo. Nunca obtuvo respuesta. ¿Acaso le estaba hablando la soledad?