¿Es que nadie va a decir nada de esta dejadez que nos invade desde el verano ya pasado a los autores de Surrealismo Bohemio?
Deberían pedir mi cabeza. Soy un blogger que no atiende a sus funciones.
lunes, 15 de octubre de 2007
miércoles, 3 de octubre de 2007
Canción/reacción

Sittin’ on the dock of the bay (Otis Redding)
Sentado en el muelle, la bahía se me hace más y más extensa cuanto más la miro. En el agua se esbozan las figuras de todas las mujeres que han pasado por mi vida. Y algunas son olas embravecidas que golpean los maderos con la intención de hacerme caer y atraparme en su seno. Otras son el murmullo que acaricia la orilla y no se cansa de deslizar hasta tierra firme conchas y algas para regalarme.
El mar me contempla siendo yo un niño, sentado, balanceando los pies sin una razón lógica. Me mira desde su magnificencia de miles de millones de años y me siento un niño grande. Pero luego termina mi viaje al recuerdo y me siento un hombre pequeño, insignificante, como una de esas conchas que esperan a ser recogidas.
El mar…
Lo cierto es que me asusta su grandeza, la inmensidad de ese gran monstruo legendario cuyo descomunal cuerpo es un caldo de cultivo. Un ser ancestral tan gigantesco que permite que habiten en su interior todo tipo de seres, algunos tan antiguos como él, algunos tan feroces como él.
Sigo, embelesado, el balanceante vuelo de las gaviotas. Se fijan en mí por un instante y creo verlas sonreír, o quizá sea la forma de su pico, proclive a la sonrisa, que fue diseñado para transmitir tranquilidad y reposo. Me sobrevuelan quietas en el aire, como decenas de cometas sujetas por las manos de decenas de niños invisibles cuyas risas se escuchan a través del gorjeo de las argénteas aves. Su balanceo y el vaivén del mar parecen sincronizados en un ballet que llevan improvisando desde que el mundo es mundo y me vuelvo por momentos el más ferviente aficionado.
Cae la tarde y vamos quedando solos, las gaviotas, el mar y yo. Nos resistimos a abandonar el muelle. El mar continúa besando mis pies con sus interminables chapoteos, gotas como labios que son la prolongación de esas olas que de nuevo forman una silueta de mujer. Pero las gaviotas me ofrecen por última vez la música que mis oídos quieren oír y poco a poco van retirándose a sus secretos aposentos, ocultos en la inminente noche.
A lo lejos, los últimos de mis semejantes me abandonan y me dejan solo frente al monstruo. Se va volviendo más oscuro conforme el incauto Sol se adentra en unas fauces que lo engullen sin piedad. La última dentellada es voraz y el interior de la gran bola de fuego se desparrama en el horizonte dejando sobre la superficie la anaranjada sangre de la víctima. No se repondrá hasta dentro de muchas horas, hasta que en algún lugar del mundo sea vomitado de nuevo hacia el cielo; crimen y reencarnación sin castigo ni doctrinas. Al fin me veo a solas con él. Ya no distingo figuras femeninas, ni puedo ver los presentes en la orilla. Ahora solo veo negrura infinita y me sigue asustando, me aterra, pero estoy enamorado de sus resplandecientes olas cuando la mañana las dibuja para mí. Y me quedo sentado en el muelle de la bahía, viendo sin ver, intuyendo lo que el día me ha ofrecido y lo que, sin duda, volveré a contemplar, retrasando el momento de regresar a casa y soñar con las mareas.
Sentado en el muelle, la bahía se me hace más y más extensa cuanto más la miro. En el agua se esbozan las figuras de todas las mujeres que han pasado por mi vida. Y algunas son olas embravecidas que golpean los maderos con la intención de hacerme caer y atraparme en su seno. Otras son el murmullo que acaricia la orilla y no se cansa de deslizar hasta tierra firme conchas y algas para regalarme.
El mar me contempla siendo yo un niño, sentado, balanceando los pies sin una razón lógica. Me mira desde su magnificencia de miles de millones de años y me siento un niño grande. Pero luego termina mi viaje al recuerdo y me siento un hombre pequeño, insignificante, como una de esas conchas que esperan a ser recogidas.
El mar…
Lo cierto es que me asusta su grandeza, la inmensidad de ese gran monstruo legendario cuyo descomunal cuerpo es un caldo de cultivo. Un ser ancestral tan gigantesco que permite que habiten en su interior todo tipo de seres, algunos tan antiguos como él, algunos tan feroces como él.
Sigo, embelesado, el balanceante vuelo de las gaviotas. Se fijan en mí por un instante y creo verlas sonreír, o quizá sea la forma de su pico, proclive a la sonrisa, que fue diseñado para transmitir tranquilidad y reposo. Me sobrevuelan quietas en el aire, como decenas de cometas sujetas por las manos de decenas de niños invisibles cuyas risas se escuchan a través del gorjeo de las argénteas aves. Su balanceo y el vaivén del mar parecen sincronizados en un ballet que llevan improvisando desde que el mundo es mundo y me vuelvo por momentos el más ferviente aficionado.
Cae la tarde y vamos quedando solos, las gaviotas, el mar y yo. Nos resistimos a abandonar el muelle. El mar continúa besando mis pies con sus interminables chapoteos, gotas como labios que son la prolongación de esas olas que de nuevo forman una silueta de mujer. Pero las gaviotas me ofrecen por última vez la música que mis oídos quieren oír y poco a poco van retirándose a sus secretos aposentos, ocultos en la inminente noche.
A lo lejos, los últimos de mis semejantes me abandonan y me dejan solo frente al monstruo. Se va volviendo más oscuro conforme el incauto Sol se adentra en unas fauces que lo engullen sin piedad. La última dentellada es voraz y el interior de la gran bola de fuego se desparrama en el horizonte dejando sobre la superficie la anaranjada sangre de la víctima. No se repondrá hasta dentro de muchas horas, hasta que en algún lugar del mundo sea vomitado de nuevo hacia el cielo; crimen y reencarnación sin castigo ni doctrinas. Al fin me veo a solas con él. Ya no distingo figuras femeninas, ni puedo ver los presentes en la orilla. Ahora solo veo negrura infinita y me sigue asustando, me aterra, pero estoy enamorado de sus resplandecientes olas cuando la mañana las dibuja para mí. Y me quedo sentado en el muelle de la bahía, viendo sin ver, intuyendo lo que el día me ha ofrecido y lo que, sin duda, volveré a contemplar, retrasando el momento de regresar a casa y soñar con las mareas.
domingo, 23 de septiembre de 2007
Colección de microrelatos

Él no era el asesino
El cadáver seguía allí. Él no era el asesino
Jorge era un escarabajo pelotero muy normal. No había destacado en nada a lo largo de su miserable vida. Su único mérito consistía en haber aparecido al fondo en una toma nada importante de un documental de la National Geographic. Cuando su madre, que vivía en Melbourne, Australia, a miles de kilómetros; presenció la escena en el canal de la televisión por cable, no pudo asegurar con exactitud que aquel fuera “su Jorge”.
No tenía esposa ni nada que se le pareciese. No tenía amigos y sí un montón de enemigos. Cargando siempre con su enorme bola de excrementos y su mala suerte, era un apestado de la sociedad invertebrada. Estaba en el último eslabón de la cadena alimenticia, ocupaba el subsuelo de la pirámide. En la Creación, había nacido en un momento de asueto divino. Originado en la siesta olímpica, Zeus le dio forma entre ronquidos. Afrodita llegó a afirmar que aquel monstruo de la naturaleza era un error imperdonable, un parásito inservible que haría un gran favor quitándose del medio.
No fueron pocas las ocasiones en las que el suicido o la muerte de uno mismo, como a Jorge le gustaba llamarlo, rondaron su cabeza de escarabajo.
Al menos si hubiese nacido en Asia, la gente admiraría el sabor de su carne frita. Pero era un escarabajo de desierto inhumano, un escombro en tierras salvajes. Vivía en un reducto maldito al que la civilización no había llegado.
Era, como Diógenes, un filósofo en la basura, incomprendido y marginado. No me quites el sol dijo a un león con título monárquico, pero Simba ni siquiera escuchó sus palabras y no fue tan amable como el Magno Alejandro. La huella de la pata delantera izquierda del hijo de Mufasa conservó incorrupto el cuerpo del delito. El rigor mortis se había consumado. La desgraciada existencia de Jorge alcanzó su fin pasando al cementerio de los elefantes desmemoriados, donde mamuts con complejo de peces no recuerdan a sus antepasados.
Jorge se acercó a la orilla del riachuelo, vio su imagen de muerto en el agua. El cadáver seguía allí. Él no era el asesino.
lunes, 27 de agosto de 2007
INSPIRACIONES SUSPIRADAS

DESDE MI HABITACIÓN (1º parte)
“Decepción, ¿qué pretendes con tu presencia en mi pecho? ¿Acaso
quieres sumirme en la tristeza? No, no te tendré en cuenta, pues tú
no existes en sí, solo destrozarás mi alma si yo te dejo, y bien sabes
que no existes para mí.
Decepción, vete al infierno, aléjate de mi memoria y respira de otro,
pues en mi pecho, en mi mente, no encontrarás sitio, no permitiré que
con tu desgracia me sumes en un carácter severo. Hoy prefiero la vida,
hoy prefiero lo hermoso, aquello que me ofrece alegría... Vida, tu
sentido da sentido a mi muerte, a mis decepciones, por ello te ofrezco
mi alma. Sí, ámame hasta la saciedad, déjame impregnarme de tu
encanto, sólo quiero sonreír.
Tú, amor, mi amor, ofréceme momentos hermosos, haz que maldiga
al tiempo, a su fugacidad, sólo así gozaré de tu esencia. Te quiero,
siempre te he querido y sin embargo, mi memoria te mata con
recuerdos dolorosos... ¿Acaso no encontré momentos felices? No,
siempre fui feliz, soy feliz, y sólo porque vivo. Decepción, eres parte de
la vida, de mi vida, aunque hoy, porque quiero, te mato. Ya solo eres
ilusión, mi pecho aún no te recuerda y mi mente,soberbia y rebelde,
sueña con tu fallecimiento. No, ya no me dueles, ahora solo tengo ojos
para la vida, mi vida”
Muchos me dicen que soy un poeta. Yo los miro, me río, y les contesto
diciendo que solo soy un simple bohemio. En realidad todavía no he
llegado acomprender esta palabra completamente. Para mí un bohemio
es un poeta herido. Su herida, su mal, aquello que le produce dolor,
inconformismo, puede llamarse amor, muerte, soledad, silencio... En
cualquier caso, ahora y siempre,un bohemio siente su dolor en su pecho,
en su mente, vive con él pero sin él,se siente (también se cree) triste,
alejado de todo bien, y en sus ojos, sinceros y profundos, solo se encuentra
la vida.
“Aún la vida nace en mi y ya ahogo decepciones infranqueables. ¿Es
la tristeza parte de la vida? Sí, claro que sí, aunque solo en la medida
en que uno quiera. Hoy sonrío sin motivos, porque pretendo disipar
la tristeza. Miradme cómo lo hago, solo tenéis que entreabrir los labios
y notaréis avuestra alma regocijarse en su alegría. ¿Veis que sencillo?
¿Veis que regocijo? Vida, hoy solo tengo ganas de quererte, de asociarme
a ti, de agarrarte confuerza y no dejarte escapar. De ti nació la tristeza
y tú me distes laposibilidad de sonreír, sólo yo elijo lo que quiero. Río,
sonrío y vuelvo a sonreír... ¿Acaso quieres una explicación? Vuelve a
leer el escrito... ¿No se ven los motivos para mi risa? Tal vez no te das
cuenta, pero te menosprecio a ti, tristeza. Amor, solo espero que llegues
para volcarme ante ti, por ti, y es que te necesito para que me completes.
Tú, vida, amor, alegría, mímame en tu trato, hazme gozar en tu presencia,
sin tu presencia, aún hoy solo quiero sonreír, solo quierosonreírte.
Te quiero”
¡Cuánto se puede llegar a querer una sonrisa! Para mí, una sonrisa, un
guiño,una palabra sincera... eso para mí es vida, y eso es lo que tengo de
poeta. A veces, desde mi habitación trato de encontrar un sonido que me
eleve el sentimiento. Entonces, en silencio, creyéndome hermano de la
soledad, de lasemociones, dejo a mi pluma correr libre por el papel,
prisionera de mi alma, ysin quererlo, dejo a mi espíritu y al momento
impregnado de tinta y de forma.¿Se han fijado? Un bohemio habla de la
tristeza, de su tristeza, aunque sólotiene ojos para la vida.
miércoles, 1 de agosto de 2007
Miedo a la verdad

Surrealista no practicante
Sé que no debo estar aquí. No soy surrealista. Quizá en mi vida cotidiana, pero no tanto a la hora de teclear sueños confusos. Me di cuenta de mi error cuando quise tocar con los dedos el horizonte y deformar su línea para fabricar montañas. Un error lo comete cualquiera, pero ya son muchos seguidos. Siempre pensé que el surrealismo era relojes fundidos por el paso del tiempo y palabras sin rumbo, a la deriva sobre cualquier papel o navegando a duras penas entre bytes y softwares desesperantes. Y, aunque me equivoque en el concepto, incluso si acierto, siento que mis manos jamás han supurado surrealismo. Desde que me dedico a estimular miocardios con inyecciones de letras a corazón abierto he creído saber escoger mis temas, plasmar mis inquietudes y locuras conscientes, y cualquiera que sepa leer encontrará en mis obras todo tipo de sentimientos perfectamente entendibles, cotidianos, futuristas, pretéritos, terroríficos, y de un realismo tan atronador que potencia todas las sensaciones anteriores. Una vez, solo una vez flirteé con este movimiento, le escribí a una mujer lo que sentía por ella, el surrealismo absoluto, el amor incondicional, feroz, ciego, estéril. Todo un derroche de energía filtrándose a través de la celulosa, un te quiero en el interior de la caja de un CD, letras indelebles negras sobre un terrible fondo rojo , repetidas tantas veces que perdían el sentido. Lo que sentía en mi corazón y por esa única vez se impregnó sobre el papel se unieron para dar lugar a un verdadero surrealismo, y probablemente de lo más bohemio. Pero solo por esa vez fue escrito, el resto de días del año lo siento rodear mi cabeza, como aquellos pajaritos que sobrevolaban la coronilla de los personajes animados. Desde entonces creo vivir en el más absoluto surrealismo, si bien la intensidad del mismo fluctúa y me ofrece picos en los dos extremos, y a veces siento que soy tan crudo como la cruda realidad, pero tan práctico que no me culpo por mi pragmatismo. Otras veces, sin embargo, la desinhibición me embarga y se desordenan y se anudan aún más los nudos de mi cerebro de tan deliciosa forma…
Creo que no tengo necesidad de volver a trasladarlo a un texto, es lo más coherente y leal a mi mismo, y a los demás, que no merecen que destroce con mis dedos lo que mi mente alberga de forma inconsciente y deja escapar de la misma forma al aire, perdiéndose, o quizá, espero, siendo recogido por algún interesado, quién sabe.
sábado, 21 de julio de 2007
La columna

Una semana sin jueves
El juez Del Olmo tiene un escaso sentido del humor. Queriendo ser más papista que el Papa se ha desmarcado con una medida judicial fuera de lugar en nuestros tiempos. Hacía 21 años que un juez no ordenaba el secuestro de una publicación en España por injurias a la Corona. Este retroceso de dos décadas al que nos somete un juez, seguramente aburrido de tratar con etarras, coarta la libertad de expresión. Eso en primer lugar, ya es una falta muy grave, puesto que estamos hablando de un atentado en contra de uno de los derechos fundamentales que garantiza nuestra constitución. Pero es que, en segundo lugar, Del Olmo se muestra poco inteligente. Si quería evitar que la portada de la revista satírica El Jueves pudiera ser vista y comentada por sus lectores, se ha equivocado. La viñeta en la que el principito toma por detrás a la periodista retirada se ha convertido con total seguridad en la portada más vista de El Jueves en los últimos años.
Del Olmo ahonda aún más en su inocencia de monárquico cegato al reclamar el molde de la viñeta. Parece que el juez no se ha enterado de que en 2007 las redacciones de El Jueves trabajan mediante internet, esa red de redes en la que Del Olmo no puede meter sus tentáculos censores para impedir que la imagen que él considera injuriosa llege a ser vista. Porque estoy en contra de la restricción de la libertad de expresión de esta manera y porque me parece ofensivo que la corona pueda estar por encima de otras instituciones y por lo tanto no merezca ser criticada de ciertas formas, sumado a mi republicanismo convencido, rechazo la decisión del juez y publico la imagen de la discordia.
Ahora el debate lo inician nuestros lectores y espero que salten chispas. Y yo me pregunto, si secuestran El Jueves, y El Jueves sale los miércoles, ¿cuándo volverá a ser viernes?
lunes, 16 de julio de 2007
Miedo a la verdad

Esta puede ser la última noche. El tiempo puede no detenerse en esta ocasión.
Una vez ocurrió. Una vez la noche quedó quieta y jamás nos importunó el Sol. Llegó la mañana, nos separamos, volvimos a casa, nuestras vidas siguieron su curso… pero continuamos inmersos en aquella embriagante noche surreal.
La playa, el calor, el amanecer, todo ocurría en la noche. Nos protegía una manta de oscuridad que nos aislaba de la luz del día, y cualquier momento era propicio para acurrucarnos bajo ella. Como en un sueño, el cielo nocturno nos visitaba allá donde íbamos y cualquier sala de cine se convertía en un planetario en el que cada estrella era fugaz. Solo en aquellos momentos se cumplían nuestros deseos. Sólo entonces creíamos en la mística del tiempo y el espacio.
Hasta que un día la luz inundó la estancia, bañó nuestros cuerpos y nos hizo ver la realidad.
Y ese día comprendí que las estrellas no satisfacen deseos en los que hay implicada otra persona, sobre todo si ésta no quiere verse involucrada.
Ese día, comprendí que fuiste tú quien creó todos aquellos artificios, quien me hizo creer que vivía un sueño interminable.
Fuiste tú quien trajo el Sol y lo estropeó todo.
Una vez ocurrió. Una vez la noche quedó quieta y jamás nos importunó el Sol. Llegó la mañana, nos separamos, volvimos a casa, nuestras vidas siguieron su curso… pero continuamos inmersos en aquella embriagante noche surreal.
La playa, el calor, el amanecer, todo ocurría en la noche. Nos protegía una manta de oscuridad que nos aislaba de la luz del día, y cualquier momento era propicio para acurrucarnos bajo ella. Como en un sueño, el cielo nocturno nos visitaba allá donde íbamos y cualquier sala de cine se convertía en un planetario en el que cada estrella era fugaz. Solo en aquellos momentos se cumplían nuestros deseos. Sólo entonces creíamos en la mística del tiempo y el espacio.
Hasta que un día la luz inundó la estancia, bañó nuestros cuerpos y nos hizo ver la realidad.
Y ese día comprendí que las estrellas no satisfacen deseos en los que hay implicada otra persona, sobre todo si ésta no quiere verse involucrada.
Ese día, comprendí que fuiste tú quien creó todos aquellos artificios, quien me hizo creer que vivía un sueño interminable.
Fuiste tú quien trajo el Sol y lo estropeó todo.
Colección de microrelatos
La búsqueda de un príncipe
Mi Cenicienta me encargó hace unos días la búsqueda de un príncipe. Desde entonces llevo las negociaciones en secreto. Me he reunido con más de mil representantes de candidatos venidos de todos los rincones del universo. Había en la lista original príncipes de cuento, del espacio, borbones, oranges y austrias, de noble condición y usurpadores de trono, exiliados y absolutistas, algunos que mataron a su padre por la corona y otros que lo harían si pudiesen. He ido desechando nombres y actualmente la lista es reducida. Ya estoy con las entrevistas personales, sin representantes, cara a cara con los interesados.
Hace poco tiempo que Cenicienta busca un príncipe. Viene de romper con el que le puso la zapatilla y la sacó de la esclavitud a la que la sometían sus hermanastras. Aquel amor de cuento fue un bonito relato pero los cuentos siempre tienen un final y un día príncipe y Cenicienta lo dieron por finiquitado. Desde entonces no tiene Cenicienta a nadie que se pare a mirarla dos segundos sin decir nada. Cuando entrevisto a los opositores a príncipe de la Cenicienta, busco al que sea capaz de descubrir en sus ojos las emociones de un corazón necesitado de sentir. Condición indispensable para ser el elegido, es la de no recurrir a la magia ni a las artes ocultas. Quien se gane el corazón de Cenicienta ha de lograrlo haciendo uso del amor verdadero y no de hechizos con fecha de caducidad. Estos días he tenido entre mis manos algunos currículos de príncipes que solicitaban un empleo temporal. Se equivocan conmigo. No busco para Cenicienta un príncipe momentáneo, busco el amor de su vida. Además esto no es un trabajo, es una elección libre y consensuada.
Se preguntarán algunos por qué Cenicienta pone en mí las esperanzas de su corazón. Mi pobre muchacha de ceniza no tiene ánimos para volverse a equivocar. Ella ya tuvo un cuento que no fue para siempre y no quiere repetir otro engaño. Acepté el encargo sabiendo que la responsabilidad en caso de tragedia será mía. Si fallo sé que no podré seguir ejerciendo mi trabajo de casamentero. No tengo miedo al fracaso. Estoy trabajando concienzudamente para que nada pueda salir mal. He ido eliminando uno por uno a todos aquellos candidatos que presentaran la más mínima duda de merecer el corazón de Cenicienta. Hay príncipes caídos de la lista por preferir el fútbol a las cosquillas, otros nombres han sido borrados por masticar con la boca abierta, los hay que se han autodespedido al reconocer su tendencia a ser infieles, pero los que han sido descartados con mayor celeridad han sido los que decían estar realmente enamorados sin conocer a Cenicienta. Se pilla antes a un mentiroso que a un cojo y para Cenicienta prefiero a un lisiado que a un embustero.
He terminado las entrevistas personales. Ahora voy a buscar a mi niña soltera para que lea mi informe. He seleccionado a cuatro candidatos como finalistas. El documento que leerá Cenicienta es el siguiente:
Proceso de selección de un príncipe para Cenicienta.
Tras recibir más de mil propuestas de príncipes internacionales, los preseleccionados son cuatro. A continuación se exponen las características por las que cada uno de ellos merece haber alcanzado la fase final del proceso. Será Cenicienta quien finalmente decida el ganador o en su defecto nombrará varios candidatos para que yo le aconseje cuál sería el ideal, si bien tendrá que ser ella misma la que nombre al elegido.
Príncipe Juan. 24 años. 1,90 metros de estatura. 87 kilos. Nacido en Madrid. Ojos verdes como los olivos. Moreno de piel clara. Reparador de fisuras emocionales. Habla castellano y en bajito, también sabe hablar al oído. Estudia los andares femeninos y ha descubierto diferencias asombrantes según la edad, la ciudad, el momento del día y la posición de la luna, si bien ha concluido que el sol y las obras del metro o similar no influyen para nada. Padre soltero de un hijo del que tiene la custodia. La madre del niño está fugada de la justicia por lo que no representa ningún problema. Sus aficiones son contar estrellas, medir a ojo el diámetro de las nubes y leer el periódico por encima de los hombros de la gente que desayuna en las cafeterías del centro. Su última relación terminó porque su novia se enamoró de otro y él les prestó la cama para evitar que su sufrimiento se alargase. Busca una mujer que no le abandone y que se quede un rato sin hacer nada después del coito. Ofrece piso con dos dormitorios y vistas al edificio de enfrente, buena memoria para recordar fechas importantes, interés real por escuchar los problemas emocionales provocados por el período y dosis altas de artes culinarias. Lo mejor de este candidato es que conoce el sufrimiento y no quiere volver a padecerlo. Lo peor es que a veces se emborracha solo y llega tarde a casa.
Príncipe Abdul. 22 años. 1,84 metros de altura. 77 kilos. Nacido en Estambul. Ojos marrones como la tierra del desierto. Moreno de piel moruna. Medidor de lágrimas de felicidad. Habla hasta debajo del agua. Estudia cómo se erizan la piel y los vellos al pasar la lengua por los lóbulos de las orejas. No tiene descendencia ni la busca por el momento. Está casado con dos mujeres y cree firmemente en la poligamia tanto para el hombre como para la mujer, además sabe repartirse de forma equitativa entre sus esposas. Sus aficiones son mandar cartas en blanco a direcciones inventadas y discutir con el cartero cuando las trae de vuelta porque no ha dado con el falso destinatario, salir a la calle sin paraguas cuando llueve, rezarle a las caderas de la mujer que entre en su cama y bajarse películas de Internet para verlas el fin de semana pegado a la estufa. Su última relación rota terminó porque su amante solicitó una beca Erasmus y fue probando cada colchón de Finlandia hasta que el candidato decidió que había agotado el vaso de su paciencia. Busca una mujer que no sea celosa y a la que promete fidelidad dentro de la poligamia. Ofrece dos esposas anteriores que pueden convertirse en amigas y confidentes, interpretaciones reales y no interesadas del Islam en términos que favorezcan la igualdad entre sexos y el progreso femenino, avión privado para vivir entre Sevilla y Estambul y viajes a la luna la noche del último viernes de cada mes. Lo mejor de este candidato es su sinceridad. Lo peor de este candidato es que ya está casado con otras dos mujeres y no renunciará a ellas.
Príncipe Vladimir. 23 años. 1,87 metros de altura. 80 kilos. Nacido en Tallín. Ojos azules como el mar Báltico. Rubio de piel blanquecina. Susurrador nocturno de cuentos eróticos. Habla ruso en su versión estonia. Estudia cómo el movimiento de las olas influye en la mentalidad de los hombres. Tiene doce sobrinos pero ningún hijo. No tiene ex novias ni nada parecido a menos de mil kilómetros de distancia. Sus aficiones son beber chocolate derretido, escribir novelas en blanco, viajar con la mente a mundos no explorados y ver películas porno para reírse de sus estúpidos diálogos. Su última relación terminó porque su novia fue secuestrada por un grupo de terroristas que la liberaron porque era insoportable pero ella no quiso volver ya que se había enamorado de todos y cada uno de sus captores. Busca una mujer que ame el sol y deteste quedarse en casa sin hacer nada. Ofrece hogar calentito en invierno debido a la fobia al frío que le hizo abandonar su país, sexo intenso en cualquier rincón de la casa y de la calle, interés por la cultura surrealista y visitas mensuales al cajón de la memoria. Lo mejor de este candidato es su inmejorable forma de hacer el amor. Lo peor de este candidato es que es hijo único y si su padre muere está dispuesto a hacerse cargo de su madre y acogerla en su casa.
El último candidato no se ha presentado al casting. Pero es un sinvergüenza que quiere tener la opción de ser elegido por la Cenicienta. Príncipe Jose. 23 años. 1,77 metros de altura. 70 kilos. Nacido en Sevilla. Ojos marrones que lloran involuntariamente cuando se tumba en el sofá sobre un costado de su cuerpo. Moreno de piel intermedia. Narrador de realidades disfrazadas de fantasía. Habla castellano en versión sevillana y cada vez habla menos francés porque se le está olvidando de no practicarlo. Estudia la importancia del diálogo absurdo para construir relaciones de amor duraderas. No tiene hijos y a veces piensa que sería mejor no tenerlos. Algunas de sus ex novias son sus amigas. Sus aficiones son hablar mucho con las personas que tienen algo especial en la mirada, emborracharse para decir todo lo que nunca diría, nadar con sus dedos en el mar de la piel humana y colgarse bocabajo de las orejas de sus amantes después de morderlas durante media hora. Su última relación no sabrá nunca por qué se terminó pero ahora que se siente libre no quiere volver atrás. Busca una mujer que no exija nada pero que lo quiera todo. Ofrece estar cuando se le necesite pero sin comprometerse a estar siempre. Lo mejor de este candidato es que no está obsesionado con obtener la victoria. Lo peor de este candidato es que recomienda no ser elegido.
Ahora es Cenicienta quien debe poner nombre a los latidos de su corazón. Sé que tomará la decisión acertada.
Mi Cenicienta me encargó hace unos días la búsqueda de un príncipe. Desde entonces llevo las negociaciones en secreto. Me he reunido con más de mil representantes de candidatos venidos de todos los rincones del universo. Había en la lista original príncipes de cuento, del espacio, borbones, oranges y austrias, de noble condición y usurpadores de trono, exiliados y absolutistas, algunos que mataron a su padre por la corona y otros que lo harían si pudiesen. He ido desechando nombres y actualmente la lista es reducida. Ya estoy con las entrevistas personales, sin representantes, cara a cara con los interesados.
Hace poco tiempo que Cenicienta busca un príncipe. Viene de romper con el que le puso la zapatilla y la sacó de la esclavitud a la que la sometían sus hermanastras. Aquel amor de cuento fue un bonito relato pero los cuentos siempre tienen un final y un día príncipe y Cenicienta lo dieron por finiquitado. Desde entonces no tiene Cenicienta a nadie que se pare a mirarla dos segundos sin decir nada. Cuando entrevisto a los opositores a príncipe de la Cenicienta, busco al que sea capaz de descubrir en sus ojos las emociones de un corazón necesitado de sentir. Condición indispensable para ser el elegido, es la de no recurrir a la magia ni a las artes ocultas. Quien se gane el corazón de Cenicienta ha de lograrlo haciendo uso del amor verdadero y no de hechizos con fecha de caducidad. Estos días he tenido entre mis manos algunos currículos de príncipes que solicitaban un empleo temporal. Se equivocan conmigo. No busco para Cenicienta un príncipe momentáneo, busco el amor de su vida. Además esto no es un trabajo, es una elección libre y consensuada.
Se preguntarán algunos por qué Cenicienta pone en mí las esperanzas de su corazón. Mi pobre muchacha de ceniza no tiene ánimos para volverse a equivocar. Ella ya tuvo un cuento que no fue para siempre y no quiere repetir otro engaño. Acepté el encargo sabiendo que la responsabilidad en caso de tragedia será mía. Si fallo sé que no podré seguir ejerciendo mi trabajo de casamentero. No tengo miedo al fracaso. Estoy trabajando concienzudamente para que nada pueda salir mal. He ido eliminando uno por uno a todos aquellos candidatos que presentaran la más mínima duda de merecer el corazón de Cenicienta. Hay príncipes caídos de la lista por preferir el fútbol a las cosquillas, otros nombres han sido borrados por masticar con la boca abierta, los hay que se han autodespedido al reconocer su tendencia a ser infieles, pero los que han sido descartados con mayor celeridad han sido los que decían estar realmente enamorados sin conocer a Cenicienta. Se pilla antes a un mentiroso que a un cojo y para Cenicienta prefiero a un lisiado que a un embustero.
He terminado las entrevistas personales. Ahora voy a buscar a mi niña soltera para que lea mi informe. He seleccionado a cuatro candidatos como finalistas. El documento que leerá Cenicienta es el siguiente:
Proceso de selección de un príncipe para Cenicienta.
Tras recibir más de mil propuestas de príncipes internacionales, los preseleccionados son cuatro. A continuación se exponen las características por las que cada uno de ellos merece haber alcanzado la fase final del proceso. Será Cenicienta quien finalmente decida el ganador o en su defecto nombrará varios candidatos para que yo le aconseje cuál sería el ideal, si bien tendrá que ser ella misma la que nombre al elegido.
Príncipe Juan. 24 años. 1,90 metros de estatura. 87 kilos. Nacido en Madrid. Ojos verdes como los olivos. Moreno de piel clara. Reparador de fisuras emocionales. Habla castellano y en bajito, también sabe hablar al oído. Estudia los andares femeninos y ha descubierto diferencias asombrantes según la edad, la ciudad, el momento del día y la posición de la luna, si bien ha concluido que el sol y las obras del metro o similar no influyen para nada. Padre soltero de un hijo del que tiene la custodia. La madre del niño está fugada de la justicia por lo que no representa ningún problema. Sus aficiones son contar estrellas, medir a ojo el diámetro de las nubes y leer el periódico por encima de los hombros de la gente que desayuna en las cafeterías del centro. Su última relación terminó porque su novia se enamoró de otro y él les prestó la cama para evitar que su sufrimiento se alargase. Busca una mujer que no le abandone y que se quede un rato sin hacer nada después del coito. Ofrece piso con dos dormitorios y vistas al edificio de enfrente, buena memoria para recordar fechas importantes, interés real por escuchar los problemas emocionales provocados por el período y dosis altas de artes culinarias. Lo mejor de este candidato es que conoce el sufrimiento y no quiere volver a padecerlo. Lo peor es que a veces se emborracha solo y llega tarde a casa.
Príncipe Abdul. 22 años. 1,84 metros de altura. 77 kilos. Nacido en Estambul. Ojos marrones como la tierra del desierto. Moreno de piel moruna. Medidor de lágrimas de felicidad. Habla hasta debajo del agua. Estudia cómo se erizan la piel y los vellos al pasar la lengua por los lóbulos de las orejas. No tiene descendencia ni la busca por el momento. Está casado con dos mujeres y cree firmemente en la poligamia tanto para el hombre como para la mujer, además sabe repartirse de forma equitativa entre sus esposas. Sus aficiones son mandar cartas en blanco a direcciones inventadas y discutir con el cartero cuando las trae de vuelta porque no ha dado con el falso destinatario, salir a la calle sin paraguas cuando llueve, rezarle a las caderas de la mujer que entre en su cama y bajarse películas de Internet para verlas el fin de semana pegado a la estufa. Su última relación rota terminó porque su amante solicitó una beca Erasmus y fue probando cada colchón de Finlandia hasta que el candidato decidió que había agotado el vaso de su paciencia. Busca una mujer que no sea celosa y a la que promete fidelidad dentro de la poligamia. Ofrece dos esposas anteriores que pueden convertirse en amigas y confidentes, interpretaciones reales y no interesadas del Islam en términos que favorezcan la igualdad entre sexos y el progreso femenino, avión privado para vivir entre Sevilla y Estambul y viajes a la luna la noche del último viernes de cada mes. Lo mejor de este candidato es su sinceridad. Lo peor de este candidato es que ya está casado con otras dos mujeres y no renunciará a ellas.
Príncipe Vladimir. 23 años. 1,87 metros de altura. 80 kilos. Nacido en Tallín. Ojos azules como el mar Báltico. Rubio de piel blanquecina. Susurrador nocturno de cuentos eróticos. Habla ruso en su versión estonia. Estudia cómo el movimiento de las olas influye en la mentalidad de los hombres. Tiene doce sobrinos pero ningún hijo. No tiene ex novias ni nada parecido a menos de mil kilómetros de distancia. Sus aficiones son beber chocolate derretido, escribir novelas en blanco, viajar con la mente a mundos no explorados y ver películas porno para reírse de sus estúpidos diálogos. Su última relación terminó porque su novia fue secuestrada por un grupo de terroristas que la liberaron porque era insoportable pero ella no quiso volver ya que se había enamorado de todos y cada uno de sus captores. Busca una mujer que ame el sol y deteste quedarse en casa sin hacer nada. Ofrece hogar calentito en invierno debido a la fobia al frío que le hizo abandonar su país, sexo intenso en cualquier rincón de la casa y de la calle, interés por la cultura surrealista y visitas mensuales al cajón de la memoria. Lo mejor de este candidato es su inmejorable forma de hacer el amor. Lo peor de este candidato es que es hijo único y si su padre muere está dispuesto a hacerse cargo de su madre y acogerla en su casa.
El último candidato no se ha presentado al casting. Pero es un sinvergüenza que quiere tener la opción de ser elegido por la Cenicienta. Príncipe Jose. 23 años. 1,77 metros de altura. 70 kilos. Nacido en Sevilla. Ojos marrones que lloran involuntariamente cuando se tumba en el sofá sobre un costado de su cuerpo. Moreno de piel intermedia. Narrador de realidades disfrazadas de fantasía. Habla castellano en versión sevillana y cada vez habla menos francés porque se le está olvidando de no practicarlo. Estudia la importancia del diálogo absurdo para construir relaciones de amor duraderas. No tiene hijos y a veces piensa que sería mejor no tenerlos. Algunas de sus ex novias son sus amigas. Sus aficiones son hablar mucho con las personas que tienen algo especial en la mirada, emborracharse para decir todo lo que nunca diría, nadar con sus dedos en el mar de la piel humana y colgarse bocabajo de las orejas de sus amantes después de morderlas durante media hora. Su última relación no sabrá nunca por qué se terminó pero ahora que se siente libre no quiere volver atrás. Busca una mujer que no exija nada pero que lo quiera todo. Ofrece estar cuando se le necesite pero sin comprometerse a estar siempre. Lo mejor de este candidato es que no está obsesionado con obtener la victoria. Lo peor de este candidato es que recomienda no ser elegido.
Ahora es Cenicienta quien debe poner nombre a los latidos de su corazón. Sé que tomará la decisión acertada.
viernes, 29 de junio de 2007
En la trinchera

CHULOS Y PUTAS
Las elecciones han dejado en el poder a nuestro queridísimo alcalde el señor Sánchez Monteseirín. Ese domingo había fútbol y a los sevillanos las elecciones nos cogieron algo despistados. Algunos corrimos hasta las urnas para dar nuestro voto, para evaluar la gestión del Gobierno local. Otros prefirieron entregarse a otras tareas, tal vez por falta de compromiso, por falta de interés o por la queja.
El sistema electoral de nuestro país tiene fugas. La lista más votada se queda fuera del Gobierno, las minorías en conjunto forman coaliciones generando pactos inverosímiles, los Ayuntamientos se rifan entre la ambición y la falta de ideas. La democracia tiene como sostén el poder de las mayorías, sin tener en cuenta que las partes no son el todo.
Pues eso, a lo que iba, que algunos nos acercamos a las urnas, entre despistaos y mosqueaos, entre pasotas y protestones. Nos acercamos a la mesa, dimos nuestro voto, y nos marchamos con la satisfacción del deber cumplido. Caminamos sin rumbo por las calles pensando en lo que vendría –“caminante no hay camino, se hace camino al andar”- y esperando los primeros resultados electorales. Todos los cabrones tienen suerte. Y algunos podemos pasear por la Sevilla que nos gusta.
Mi sombra siguió a mi cuerpo en un viaje sin camino. Dejaba atrás la Puerta Jerez cuando intuí unas piernas firmes y delicadas, al paso de un andar suave y con temple. Mis ojos seguían sus zapatos rojos. Me encontraba a la altura del Archivo de Indias cuando creí subir por una pequeña pendiente. Los zapatos se pararon, y mi subconsciente dejó de perseguir a mi conciencia. Era el momento de ponerle cara a los tacones. Alcé la vista entre soberbio y alegre, y al mirar solo pude sentir desolación. Sabía que estaba mirando hacia mí, pero la catenaria del tranvía no me dejó contemplar su figura, ni permitió que me dedicara una sonrisa. Siempre dije que no nací para papparazi; hasta Sara Montiel, con su paso cansino, se me escaparía. Los zapatos se perdieron entre la multitud. Yo me quedé mirando aquella columna inmóvil que se presentaba ante mí con ese deje imbécil que te da el saberte ganador de la batalla.
Con la primera decepción de la tarde me animé a seguir andando. Es fácil desinhibirse del mundo cuando el cerebro tiene trabajo. Al mismo tiempo que recuperé la noción del tiempo, escuchaba por la radio los primeros recuentos de votos. Todos los cabrones tienen suerte, y yo seguía caminando por las calles de Sevilla.
Me paré en la Plaza Nueva, me senté en unos de esos bancos de la 2ª Modernización que la engalanan de manera “moderna”, y traté de sofocar el cansancio. Tal vez la Avenida necesite de un tranvía para la gente mayor como yo. Una vez recuperado del esfuerzo, con el espíritu en su sitio y la conciencia tranquila tras la meditación, tomé el camino de vuelta. Volví por donde había venido, pero esta vez miraba alto, no quería que ningún zapato rojo me robara mi armonía, ni que ninguna catenaria inoportuna me quitara el placer de ponerle rostro a la belleza.
¡Qué fea ha quedado la Avenida! La historia que respiraba su ambiente dejó de suspirar hace tiempo. Creo que ese día era la primera vez que la miraba con desencanto, sin cariño, sin ocultar la triste reacción que me producía su insipidez. Su corazón estaba arañado por unos raíles que recorrían el suelo, mientras su identidad era perseguida por unos cables en mal sitio. ¿Cómo puede quitarse la perspectiva adecuada –la buena foto turística- a un monumento como la Catedral sevillana? ¿No hay en el siglo XXI algún invento que sustituyera a los cables que cuelgan sobre la cabeza de los sevillanos? El capricho del Alcalde, el inútil Tranvía, ha costado 90 millones de euros. Sin embargo, el contribuyente no debe mosquearse por tan elevado precio, pues el alcalde electo y su equipo de gobierno, piensan recuperar la inversión por la venta de postales con imágenes de la Catedral sin catenaria.
Pues eso, Sevilla revalida la Alcaldía a su alcalde, y a su tranvía. Debemos ser los únicos gilipollas a los que no les importa nuestra ciudad, nuestro patrimonio. Seguimos andando el camino en esta ciudad abandonada, dejando que los gestores de una ciudad como Sevilla jueguen a constructores de una capital sin rumbo. Tal vez dejemos de vestir tacones rojos, pero siempre nos vestiremos de “puta” ante proyectos tan “chulos” como el de la Avenida.
viernes, 8 de junio de 2007
Colección de microrelatos
El títere de su única palabra
Ayer no pude esquivar en el rostro el recuerdo de Granada. Me dejé llevar por la reminiscencia nazarí para amar mi regreso forzado e involuntario a la Sevilla que me quedará para siempre. A mí no me abandonó Alejandría ni murió por mí Cleopatra. El Marco Antonio que yo fui se quedó sin la Alambra y mereció el castigo de saber que ella se marchó para siempre pero que seguirá sempiterna donde yo ya no puedo estarlo.
El verano es tan incierto este año como ningún otro lo fue antes y será superado por el próximo en la terrible estadística que mide las heridas de bala sufridas por un corazón empeñado en amar cuando no le aman. Porque tengo un corazón de viajero libre que no sabe respirar sin ser atado a una segunda madre. Si la soledad tiene el derecho a acompañarme no seré yo quien se oponga a su doliente presencia. Los viajeros del alma pertenecemos a una ciudad solitaria. Por eso cuando vemos flotar una isla como lo fue para mí Granada, renunciamos a nuestra maldita casa.
Ayer mis ojos se pararon en el fulgor de unos tobillos y en la atracción hipnótica de un tatuaje. Hipnopómpico, absorto, melancólico, abatido, cansado, con una extraña sonrisa en la caja torácica, cruzaron mis pies el primer semáforo de Chapina. Mi pierna izquierda dijo basta mostrando un auténtico rigor mortis ante la señal inequívoca y prohibitiva del peatón varado en rojo. Entonces ella, la sirena del fulgor a la que mis pies habían adelantado en el primer semáforo, demostró su condición de líder. Un aliento de ángel se posó mediante una mano humana en mi mochila de viajero universitario y una voz de ordenanza totalitarista descartó la disidencia con que pudiese haberme atrevido a contestar. Sigue dijo en el lenguaje mágico de los desconocidos que aparecen cuando nadie los advierte. Y seguí, aunque su camino no era el mío y aunque no llegué a ver su cara. Seguí andando porque era lo que ella dictaba. Seguí y me sentí abrumado y feliz de ser el títere de su única palabra. La única palabra que me dará en su vida. Sé que fue la única vez que podré mirarla y ver como se aleja una espalda, unos tobillos, un tatuaje, una voz cercana en la distancia.
La reconoceré en su palabra. Si un día la encuentro en Granada sabré que estamos en Sevilla y querré salir de mi sueño para no engañarme más con falsas esperanzas. Fue extraño que mi pierna izquierda dijese basta, fue extraño sentir un leve toque en la mochila y el contacto de tan mínimo impacto en la espalda, fue extraño oír Sigue y seguir. Sólo los viajeros que perdimos Alejandría en una ciudad que no es Alejandría podemos emocionarnos con una alucinación de Cleopatra.
Ayer no pude esquivar en el rostro el recuerdo de Granada. Me dejé llevar por la reminiscencia nazarí para amar mi regreso forzado e involuntario a la Sevilla que me quedará para siempre. A mí no me abandonó Alejandría ni murió por mí Cleopatra. El Marco Antonio que yo fui se quedó sin la Alambra y mereció el castigo de saber que ella se marchó para siempre pero que seguirá sempiterna donde yo ya no puedo estarlo.
El verano es tan incierto este año como ningún otro lo fue antes y será superado por el próximo en la terrible estadística que mide las heridas de bala sufridas por un corazón empeñado en amar cuando no le aman. Porque tengo un corazón de viajero libre que no sabe respirar sin ser atado a una segunda madre. Si la soledad tiene el derecho a acompañarme no seré yo quien se oponga a su doliente presencia. Los viajeros del alma pertenecemos a una ciudad solitaria. Por eso cuando vemos flotar una isla como lo fue para mí Granada, renunciamos a nuestra maldita casa.
Ayer mis ojos se pararon en el fulgor de unos tobillos y en la atracción hipnótica de un tatuaje. Hipnopómpico, absorto, melancólico, abatido, cansado, con una extraña sonrisa en la caja torácica, cruzaron mis pies el primer semáforo de Chapina. Mi pierna izquierda dijo basta mostrando un auténtico rigor mortis ante la señal inequívoca y prohibitiva del peatón varado en rojo. Entonces ella, la sirena del fulgor a la que mis pies habían adelantado en el primer semáforo, demostró su condición de líder. Un aliento de ángel se posó mediante una mano humana en mi mochila de viajero universitario y una voz de ordenanza totalitarista descartó la disidencia con que pudiese haberme atrevido a contestar. Sigue dijo en el lenguaje mágico de los desconocidos que aparecen cuando nadie los advierte. Y seguí, aunque su camino no era el mío y aunque no llegué a ver su cara. Seguí andando porque era lo que ella dictaba. Seguí y me sentí abrumado y feliz de ser el títere de su única palabra. La única palabra que me dará en su vida. Sé que fue la única vez que podré mirarla y ver como se aleja una espalda, unos tobillos, un tatuaje, una voz cercana en la distancia.
La reconoceré en su palabra. Si un día la encuentro en Granada sabré que estamos en Sevilla y querré salir de mi sueño para no engañarme más con falsas esperanzas. Fue extraño que mi pierna izquierda dijese basta, fue extraño sentir un leve toque en la mochila y el contacto de tan mínimo impacto en la espalda, fue extraño oír Sigue y seguir. Sólo los viajeros que perdimos Alejandría en una ciudad que no es Alejandría podemos emocionarnos con una alucinación de Cleopatra.
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